Vaya por delante que considero que, en política, lo que hay que analizar y debatir son fundamentalmente ideas y programas, procurando que los comentarios sobre las personas sean los justos y mínimos. Solo de esta manera es posible acercarse a los problemas sociales con un espíritu de objetividad y de ecuanimidad, para así poder alcanzar las mejores soluciones posibles.

Sin embargo, me es imposible sustraerme a la imagen del perjuicio enorme que una persona con elevadas responsabilidades políticas en nuestro país, vicepresidenta del Gobierno de España y mano derecha del presidente Pedro Sánchez para muchos asuntos vitales, está causando a nuestra tierra de Cantabria. Que alguien perjudique simultáneamente a nuestra industria, a nuestra ganadería, a nuestras comarcas rurales y a nuestro sector comercial, y que además ponga en riesgo la calidad y futuro de servicios públicos importantes, después de haber obstaculizado históricamente ya algunos proyectos trascendentes de infraestructuras, me parece que supone un gran récord, tristemente negativo, en una ministra española.

A esta ministra le debemos el riesgo de inviabilidad de nuestras industrias electrointensivas y haber dado, con un cambio normativo, el descabello a Sniace a principios de 2020.

A esta ministra le debemos un chaparrón absurdo de tramitaciones de parques eólicos por toda Cantabria, molestando y agitando a sus moradores sin una mínima planificación para proteger el paisaje y otros valores del territorio.

A esta ministra le debemos dejar los pueblos de Cantabria a merced de los lobos, a pesar del grave error que eso supone, además de un desprecio a los buenos resultados que ya venía dando la política anterior, como mi colega regionalista le expuso correctamente a dicha ministra en el Senada días atrás, aunque en vano, porque el PSOE cada vez hace menos caso de lo que dice el PRC.

A esta ministra y a su enfoque demagógico de las grandes cuestiones nacionales le debemos el sufrimiento de hogares y empresas de Cantabria con el recibo de la luz y del gas, e indirecamente la escalada del IPC y la pérdida de poder de compra de los salarios.

A esta ministra le debemos el inicio de los problemas para nuestra industria auxiliar de automoción y nuestros concesionarios de automóviles, cuando demonizó el diésel y empezó a alterar el mercado. Y eso fue antes del covid-19 y de los problemas con los microchips.

A esta ministra le debemos la parálisis casi total en la conclusión de las grandes obras de saneamiento y depuración de aguas residuales, esencialmente en el Saja-Besaya, donde se niega a tomar la decisión sobre la ubicación de la nueva EDAR a pesar de que llevan años de trámites e informes, y en el Asón, una zona muy poblada y con actividad económica intensa cuya limpieza definitiva de las aguas tiene un horizonte desconocido.

A esta ministra le debemos el no haberse comprometido legalmente con el imprescindible trasvase del Ebro para garantizar el suministro de agua a la comarca de la bahía de Santander. Todas las medidas tomadas hasta la fecha son o gravosas para Cantabria o precarias.

A esta ministra le debemos al abandono en malas condiciones de proyectos en el litoral como la senda norte santanderina o la retirada del espigón de Los Peligros. Se pueden hacer esos proyectos o renunciar a ellos, es una decisión política: lo que no se puede hacer es que pasen los años y esté todo manga por hombro y hasta con peligro para los ciudadanos que pasan por esas zonas.

A esta ministra le debemos una incertidumbre total sobre el alcance y la velocidad de descarbonización de nuestra comunidad, lo que incluye desde el futuro de fábricas como Solvay hasta el de la ganadería de vacuno o nuestras industrias de componentes de automóvil o de materiales de la construcción.

Es evidente que en la Unión Europea hemos apostado por una importante reducción, en horizonte 2030, de las emisiones que calientan el clima del planeta. Y que eso significa acelerar el paso. Pero, en primer lugar, esa aceleración exige un esfuerzo de planificación, diálogo y claridad sobre la hoja de ruta, para no crear alarma ni reacciones contrarias, y sobre todo para no hacer una transición destructiva y desequilibrada, que pondrá a mucha gente contra el proyecto europeo y el ecológico al mismo tiempo.

En segundo lugar, no podemos ser los más inocentes del planeta. Se deben exigir en frontera europea a países terceros los mismos requisitos de protección del clima que nuestras empresas y hogares han de cumplir. En caso contrario, productos extraeuropeos generados sin costes de protección ambiental hundirán a nuestras empresas y el planeta seguirá igual de contaminado que antes, pero nosotros más empobrecidos como región y como nación.

Esa ministra y vicepresidenta, pues, la señora Teresa Ribera, está dando lugar a gravísimos problemas sin por otra parte mostrar la certidumbre de alternativas viables y positivas. Y temas que debería tener ya resueltos y en ejecución siguen eternizándose y sin solución a la vista. Rara vez una gestión ministerial provocó tantos y tan complicados agravios a una comunidad como Cantabria.

Pero como dije al principio, no quiero personalizar en exceso. Todos estos rasgos tan negativos, de ideologismo e ineficacia, en la labor de una ministra serían imposibles sin el respaldo directo de Pedro Sánchez y quienes desde la Cantabria socialista lo sustentan (la mayoría, como se ha visto recientemente), y también del déficit reivindicativo del regionalismo ante este muy preocupante conjunto de situaciones. Es verdad que en el Senado el PRC puede criticar con buen argumento a la ministra, pero luego en el Congreso va a votar a favor de los Presupuestos Generales del Estado, lo que supone habilitar a esta ministra prácticamente hasta 2023.

Salvo en la labor de nuestros parlamentarios nacionales y regionales, no estoy viendo en las demás fuerzas cántabras una reacción adecuada y proporcional a la amenaza que esta gestión ministerial está representando para nuestra tierra. Si fuera una ministra del PP, algunos ya habrían incluso encabezado manifestaciones. Pero como es del PSOE, se limitan a poner cara de póker. La ciudadanía está tomando nota.

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