El Papa Francisco, cuya desaparición lamentamos, pasa a la historia por ser el primero en muchas dimensiones importantes. El primer Francisco: nombre que evoca al santo de Asís, con su dedicación a los pobres y por ser una de las grandes figuras de la Iglesia que tuvo en cuenta a los animales y el sentido ecológico. El Papa ha hecho honor a ese nombre de elección. Además, Jorge Bergoglio ha sido el primer Papa de la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola hace casi 500 años. Otro rasgo singular es haber sido el primer Papa procedente de América, del Nuevo Mundo. Ello ha conferido a su papado una proyección universal e intercultural que era difícil de lograr con otros perfiles predecesores.
Ya estos rasgos que enumeramos nos definen al pontífice: solidaridad con las personas y con el cuidado de la naturaleza; impulso reformista y depurador de la institución; concepto de ciudadanía del mundo, apropiado a un credo que es “católico” porque esta palabra significa “universal”, es decir, abierto a todos. Con todo ello, Francisco ha trazado una personalidad pública de profundo humanismo, más allá de formalidades y rituales.
Debe recordarse también que Francisco ha abogado por las víctimas y por una Iglesia Católica no agresiva con el diferente. Así, con su amparo se pudieron encarar, reconocer y tratar de reparar episodios penosísimos de abusos que venían de décadas anteriores, y a los que no se había prestado la necesaria atención cristiana. Por otra parte, el Papa se ha mostrado afectuoso con colectivos de personas que durante mucho tiempo se sintieron hostilmente conceptuadas por la Iglesia. El mensaje ha sido siempre el mismo: una religión del amor al prójimo no debe dar cabida a discursos de odio. En este sentido, su constante llamamiento a la paz internacional ha sido un testimonio moral valiente y una invocación al sentido común humanitario.
Ahora se abre un futuro lleno de desafíos para la Iglesia. Las únicas religiones con más de 1.000 millones de seguidores en el planeta son, por este orden, el Cristianismo, el Islam y el Hinduismo. Casi uno de cada tres seres humanos cree en los Evangelios y, aunque no todos son católicos, no cabe duda de que la gestión del obispo de Roma influye mucho en cómo este mensaje espiritual es percibido por creyentes y no creyentes. El pontificado de Francisco demuestra que esa influencia puede ejercerse efectivamente desde el Vaticano en los próximos años, si se acierta a ello.
Me parece muy correcta la declaración de tres días de luto oficial por parte del Gobierno de España. Frente al anticlericalismo barato y trasnochado que con demasiada frecuencia se estila en los bancos de la coalición gubernamental y desde algunos radicalismos de soporte, ha prevalecido el sentido institucional, no solo de respeto a una figura de la dimensión global del Papa, sino también de sensibilidad hacia la sociedad española, que ha llenado las calles en estos días de Pascua para seguir los pasos y los ritos con devoción o, cuando menos, con interés y afecto. El Estado es y debe ser aconfesional, como dice nuestra Constitución, pero la impronta del cristianismo en nuestra sociedad es clara y sustenta valores como la aceptación del prójimo, huir de la soberbia y la ira, construir una comunidad inclusiva, buscar siempre soluciones pacíficas y respetar la libertad de la persona.
Pero volvamos a los retos de futuro. Durante el papado de Francisco I se ha puesto se relieve que la Iglesia, para ser más ecuménica e incluso viable, va a necesitar muchas más adaptaciones, relacionadas con el papel de la mujer en la comunidad católica, con la gestión demográfica sostenible y con la búsqueda de la forma humanística de tratar con las rápidas innovaciones tecnológicas que afectan a la propia noción de vida humana. Suceda lo que suceda en adelante, seguro que este periodo de 12 años del Papa Francisco será visto como el de un pionero. Acaso no llegó tan lejos como deseaba, pero eso ahora es historia. Descanse en paz este Papa que llevó el talante universal de nuestra cultura hispánica por toda la tierra.