Los errores del Presidente de Cantabria con sus homólogos de Madrid y de País Vasco se suman a un seguidismo al PSOE que acumula numerosos anuncios incumplidos.
Cuando el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, arremetió contra Isabel Díaz Ayuso por su gestión de la pandemia, comenté en estas mismas páginas que suponía un doble error. Primer error: no está bien que las autonomías se inmiscuyan en decisiones que otras toman dentro de sus competencias. La gestión pandémica del señor Revilla, para muchas empresas y trabajadores de Cantabria, no es demasiado defendible. En cambio, la de la señora Ayuso ha recibido un refrendo apabullante de los madrileños. Muchos en Cantabria desearían tener aquí una Ayuso que les hubiera permitido un poco de respiro en su vida cotidiana, sin el autoritarismo empecinado que aquí vienen sufriendo. Y que el presidente del Gobierno vasco haya tenido que desmentir tajantemente unas declaraciones de Revilla es otro ejemplo más de interferencia de nuestro presidente en lo que no le corresponde y del hábito de pronunciarse irreflexivamente.
Pero el ataque a Ayuso incluía también segundo error: Madrid es muy importante para la economía de Cantabria, y no tiene sentido de región enfrentarse a quien gobierne aquella comunidad autónoma por la frivolidad de salir diez segundos en una televisión o hacer circular un tuit durante un par de horas. Con Madrid hay muchas cosas que hablar y coordinar. Gracias a la solidaridad madrileña, Cantabria puede tener un presupuesto de 3.000 millones de euros o garantizadas las pensiones de casi 140.000 personas. Hay muchas empresas de Madrid que podrían invertir más en nuestra tierra, y cántabras que podrían trabajar más en ese gran mercado que es la comunidad capitalina. (Recientemente, uno de nuestros grandes chefs anunció que ampliaba su negocio a Madrid, lo que es una pequeña noticia que concuerda perfectamente con este argumento general que sostengo).
Así pues, la conducta del presidente de Cantabria no tiene ningún sentido desde el punto de vista interautonómico. Pero, haciendo un poco de repaso, ¿es que ha tenido sentido realista alguna vez su gestión? La mayoría de los grandes anuncios han resultado fracasos o directamente se evaporaron en la nada. El proyecto Comillas es hoy algo moribundo, en comparación con las expectativas mundiales que se le auguraban. Grandes cantidades de dinero público se enterraron también en la fábrica de fibroyeso y en otros proyectos fallidos. Ninguna de las promesas energéticas se ha sustanciado nunca: ni centrales de ciclo combinado, ni parques eólicos, ni nada que no sean puras declaraciones sin consecuencia de hechos. En 2010 se permitió que el PSOE paralizara el AVE a Cantabria (11 años después, aún esperamos que se empiece uno de los varios tramos pendientes, en una obra total cuyo final está lejanísimo) y la autovía Aguilar-Burgos (que sigue muerta, porque no se ponen en marcha los tramos restantes). De proyectos fantásticos como ciudades del cine, otra megaciudad que se iba a crear en terrenos de la antigua mina de Reocín, o el tesoro que iba a aparecer en las propias explotaciones de zinc nuevas (2.000 empleos, se prometían) es mejor ni hablar. Hace unos meses se anunció una fábrica de baterías en La Pasiega con miles de empleos. De vez en cuando se sigue hablando del tren con Bilbao: quien no habla es Adif, que no dice ni cuánto cuesta ni si lo piensa afrontar ni cómo. Pasará aquí como con la Autopista Dos Mares, que dio para muchas ruedas de prensa, actos de campaña, algún papeleo y, en conclusión, nada de nada.
Los errores graves con Ayuso y con Urkullu no son anécdotas, sino, por el contrario, ejemplos destacados de un estilo de gestión muy superficial, basado en meras frases, seguidista de las políticas del PSOE, y que no cumple ninguna promesa. Y así, mientras Madrid es pulmón económico nacional, superando a Cataluña, y el País Vasco con insistencia laboriosa va sacando adelante sus objetivos de desarrollo (porque en esa comunidad sí saben lo que quieren hacer, aunque no busquen salir todos los días en el telediario), Cantabria se reduce a las imaginaciones del día, sin estrategia clara ni criterio para actuar ante otras administraciones.
Si hoy preguntamos a nuestro presidente autonómico cuándo circulará un AVE entre Santander y Palencia, dirá una fecha que se le ocurra en ese momento, para salir del paso, pero la realidad es que no dispone ni de una aproximación fiable. Y si preguntamos por la entrada en servicio de un AVE Santander-Bilbao, misma situación o peor. Y si preguntamos por la A-73 Aguilar-Burgos, misma situación. Y si preguntamos por la puesta en servicio a pleno rendimiento de La Pasiega, misma situación. Y si preguntamos por cuántos molinos eólicos y dónde prevé que estén funcionando en qué año, misma situación. Y si preguntamos por los planes de su Gobierno para recuperar la actividad en el área industrial de la cerrada Sniace, misma situación. No se está resolviendo ningún problema fundamental de Cantabria.
Afortunadamente, hay otro estilo posible de gobierno, que es en el que destaca, por su evidente dimensión, el Ayuntamiento de Santander. Una ciudad cuya fuerza inversora en proyectos importantes, en obras, en ayudas a las empresas y al empleo, en servicios urbanos y en desarrollo productivo está sirviendo de locomotora de toda la región y de contrapeso a la inercia sin resultados de la gestión autonómica que comentamos.
Los enfrentamientos con otros presidentes vienen a ratificar, pues, anteriores síntomas de agotamiento de ideas. La situación es, además, preocupante porque sobre Cantabria se cierne ya una gran subida socialista de impuestos a hogares y empresas, que Pedro Sánchez aprobó el 30 de abril, pero escondió hasta después de las elecciones madrileñas. Con esta gestión errática de su Gobierno autonómico, mal podrá defenderse la población cántabra ante lo que se le viene encima.
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