El comportamiento de la mayoría aritmética surgida de los pactos con Pedro Sánchez tras julio de 2023 ha demostrado que “Frankenstein” era la metáfora acertada y perfecta. Las elecciones generales de julio de 2023 fueron ganadas por el Partido Popular en la primera vez en que nuestro líder Alberto Núñez Feijoo concurrió como candidato a la Presidencia del Gobierno de España. Sin embargo, algunas fuerzas que en otras épocas de nuestra democracia hubieran colaborado en la gobernabilidad respetando esta voluntad mayoritaria de los españoles (fuerzas como el PNV o la antigua Convergencia catalanista), optaron por sumarse al presidente derrotado en las urnas, Pedro Sánchez, para articular una mayoría que es pura aritmética de la negatividad y que lleva ya dos años y medio sin funcionar. Ni sirve para gobernar España efectivamente, ni permite que se gobierne con una orientación democrática alternativa.
La prueba de ello es la actual ingobernabilidad de la nación: Sánchez no ha sido capaz de ver aprobado el techo de gasto y de nuevo una herramienta de transformación económica y social tan importante como los presupuestos generales del Estado tiene que, por tercer año consecutivo, a prórroga. Con esta fórmula política, lo excepcional, el monstruo, se ha convertido en lo normal, lo habitual.
Por primera vez un Fiscal General del Estado ha sido juzgado y condenado por el Tribunal Supremo al faltar gravemente a sus obligaciones. Los dos últimos secretarios de Organización del PSOE (cargo que es absolutamente clave en la estructura de este partido) están en la cárcel o en libertad a espera de juicio tras haberla conocido. Fueron, respectivamente, la persona que lideró la moción contra Mariano Rajoy en 2018 apelando a la decencia (eso fue antes de que conociéramos la conducta en temas económicos y femeninos de Ábalos), y el negociador máximo para uncir al carro de Sánchez al prófugo Puigdemont y al radical independentista/terrorista vasco Otegui (eso fue antes de que se descubriera el trasfondo puramente materialista de su presencia en política).
El colectivo Frankenstein quiere hacer ver que poner bajo su obediencia ciega el Tribunal Constitucional, los órganos reguladores presuntamente independientes o incluso el propio Consejo de Poder Judicial, además del Centro de Investigaciones Sociológicas, el Instituto Nacional de Estadística o el ente RTVE, es algo compatible con los valores democráticos. No parecen percatarse que si ese mismo proceder lo ejerciera mañana otra alternativa política, la democracia quedaría totalmente destruida en su credibilidad y se abriría el camino a sentimientos autoritarios. El PSOE no solo mira excesivamente hacia el pasado más negro, sino que parece que quiere dirigirse a otro igual de oscuro. Es un partido sin ilusiones sociales, solo tiene clichés hace mucho que ya no responden a la realidad. Por ejemplo, su presunto feminismo.
Sin duda, el reguero de denuncias contra altos cargos centrales, regionales y municipales del PSOE por acoso sexual es uno de los mayores escándalos de cultura machista que se ha producido en casi medio siglo de democracia en nuestro país. Es una vergüenza que se añade a la liberación de agresores sexuales con la malhadada ley del “sí es sí” y a los fallos en los dispositivos electrónicos que tienen como misión proteger de sus agresores a mujeres víctimas de violencia de género. Todo ello es absolutamente deplorable y apunta hacia un sistema de poder que está podrido y que no puede ser referencia moral para nadie.
Pero esa mayoría aritmética de un puñado de votos protegiéndose los unos a los otros de sus muchas faltas permite a los socialistas y comunistas seguir, desde su óptica, “ganando tiempo”, es decir, evitando rendir cuentas ante los españoles en las urnas. Pero esa misma resistencia de puro egoísmo de personas y clanes supone para España no ganar, sino perder el tiempo. Un tiempo muy valioso para afrontar retos fundamentales de nuestro país. Retos que no se solucionan abandonando el Festival de Eurovisión, sino facilitando a los jóvenes empleos productivos y bien remunerados, acceso a la vivienda y a la formación de un hogar, y unas pensiones dignas para que no tengamos abuelos y abuelas al borde de la pobreza. Retos que no se solucionan diciendo que viene el lobo de la extrema derecha, sino trabajando para que los lobos del mercado mundial no devoren a nuestros ganaderos, a nuestra industria, a nuestras empresas tecnológicas, a nuestra población necesitada de actualización en su formación profesional.
“Frankenstein” ha fracasado en todo lo que no ha sido calentar los sillones del poder con ayuda de un huido de la justicia y un antiguo participante en una banda terrorista. A pesar del flujo de fondos europeos y de una gran recuperación de la economía internacional en rebote post-covid, no se ha aprovechado para transformar nuestra España en una sociedad más democrática, más competitiva y con más igualdad de oportunidades.. Y el retroceso de calidad en las instituciones es evidente: los pocos entes que conservan su independencia de criterio o medios que mantiene una actitud crítica ante lo que está sucediendo, son objeto de acoso, maniobras y ataques verbales a diario desde el poder y sus secuaces.
“Frankenstein” está perdiendo el tiempo de España y, con ello, también el de Cantabria. Las políticas de recuperación y transformación puestas en marcha desde las elecciones autonómicas de 2023 podrían ir más rápidas y multiplicar efectos si, como escenario, hallasen una España en el rumbo correcto. No solo como españoles, sino también como cántabros, necesitamos que cuanto antes se devuelva la voz al pueblo. Esperemos que ocurra en 2026.