Las noticias de los últimos meses sobre el sector industrial en Cantabria se acumulan de manera alarmante y nos hacen temer a todos por el futuro de lo que ha sido siempre, desde hace más de un siglo, una seña de identidad de nuestra tierra. Cantabria ha sido y es una de las regiones más industrializadas de España, con un mayor peso de lo industrial en su economía y en su mercado de trabajo. Pero en estos momentos ese estatus se encuentra en claro peligro de desaparición.
Que yo recuerde, nunca antes había tenido Cantabria simultáneamente todas sus grandes industrias tradicionales en riesgo severo para su viabilidad. Los titulares de estos días lo dicen todo. Expedientes de regulación en Global Steel Wire, Ferroatlántica, SEG Automotive (antigua Robert Bosch), Sniace y PAM. Dificultades para la transformación energética de Solvay en el mundo descarbonizado. Horizontes complicados en industrias tractoras de ámbito comarcal como Sidenor. Solo con estas empresas, y sin contar otras que han terminado en liquidación como la antigua Candemat, o lo que fue en su día Greyco y luego Fundinorte, o la infortunada Papelera del Besaya, estaríamos sumando una gran parte del PIB industrial de nuestra comunidad, y también del empleo, tanto directo como indirecto.
Como ha subrayado recientemente nuestra presidenta María José Sáenz de Buruaga, la Seguridad Social nos indica que, por primera vez desde la época de la crisis, este otoño la industria manufacturera de Cantabria ha perdido empleos de un año para otro. Hay menos gente trabajando y la sensación puede resumirse en la encuesta realizada por los colegios de Economistas y de Ingenieros Técnicos Industriales: una gran mayoría de los profesionales considera que en nuestra región no se está incentivando adecuadamente la industria.
Me parece que es una opinión correcta. Pues no solo está dañando a la industria cántabra la incomprensible política del Gobierno de Sánchez (criminalizando los vehículos diésel, elevando la factura eléctrica a las industrias que son grandes consumidoras, generando incertidumbres reguladoras que retraen las decisiones de inversión empresarial), sino que tampoco el ejercicio de las propias competencias el Gobierno de Cantabria es fructífero.
Se ofreció a la castigada comarca de Torrelavega, como solucionario, el parque empresarial-tecnológico de Las Excavadas, dos proyectos de minería del zinc (uno australiano y otro canadiense) y un plan de reindustralización que se conseguiría del Gobierno central. Pero el balance no puede ser más desolador. El Gobierno Rajoy había implantado un programa de reindustrialización del Besaya, pero el proyecto de ley presupuestaria presentado por el PSOE en el Congreso este año lo suprimía; y además los fondos de la propia Consejería de Industria para el Besaya se dejan sistemáticamente sin ejecutar.
En cuanto a Las Excavadas, PRC y PSOE han renunciado por completo a su carácter de gran polígono motor de la industria avanzada de Cantabria. Ahora se sacan de la manga otro espacio, en La Hilera, para justificar el destrozo del proyecto de Las Excavadas. Y por lo que se refiere a las minas, el permiso australiano no ha hecho más que revenderse a otros socios, sin que sepamos que se haya iniciado ninguna exploración. Un año después de anunciarse el permiso aún no hay fumata blanca; los 2.000 empleos prometidos por el presidente Revilla, ¿dónde están? Es decir, todo lo anunciado para la comarca industrial por excelencia ha resultado un fiasco. Esta combinación de desgobierno en España y de mala gestión en Cantabria es lo que tiene acogotadas a nuestras industrias.
El caos generado sobre el futuro del automóvil, sobre la política energética, sobre el apoyo a las comarcas especiales y sobre la tramitación de los instrumentos urbanísticos que, como los PSIR, son esenciales para desarrollar suelo industrial, puede dejar a Cantabria sin gran parte de su tejido industrial. Las firmas que desaparecen, que reducen drásticamente su actividad o que viven en perpetuas incógnitas son un aviso muy serio de que los partidos que gobiernan no están queriendo escuchar. La recurrencia de las acciones de propaganda política es, igualmente, un mal síntoma, pues refleja falta de rigor en la estrategia industrial. El ejemplo más claro es el área de La Pasiega, cuya tramitación administrativa es eterna y que no tiene garantizados los fondos que permitirían dar credibilidad a un proyecto como el que se está anunciando. Esa es la gran ‘apuesta’ con la que se lleva entreteniendo a la opinión pública de Cantabria desde hace cuatro años, para que aparte su mirada del hecho más real y preocupante: no hay un plan para mantener la gran industria de Cantabria en nuestra tierra mucho tiempo más.
En el Partido Popular pensamos que se necesita una actitud distinta. Mal puede el Gobierno de Cantabria comprometer al Gobierno central con nuestra industria si el propio ejecutivo regional no tiene voluntad y capacidad claras de apoyo al sector. No un apoyo de boquilla, sino de gestión efectiva. El PRC está en coalición con el PSOE en Cantabria y también en Madrid al votar a Pedro Sánchez. ¿Es regionalista mirar hacia otro lado? Para el que lo quiera ver, el riesgo de desindustrialización del tejido histórico cántabro está ahí y en uno o dos años podríamos presenciar cierres definitivos que trastocarán la vida de miles de personas. Hay que reaccionar rápidamente antes de que el daño resulte irreparable. Como oposición responsable y constructiva tanto en las Cortes como en Cantabria, en el Partido Popular estamos dispuestos a contribuir a la viabilidad de las industrias. Sin embargo, son PSOE y PRC quienes tienen que ponerse las pilas. Están en el gobierno; lo que les falta es gobernar.