Las políticas nacionales de izquierda se han puesto a prueba durante prácticamente 14 años para Cantabria y el balance es claramente decepcionante. El Partido Popular  es el único que lleva hoy la bandera de la reivindicación.

Este año 2024 se han cumplido dos décadas del cambio de ciclo político que aupó al PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, iniciando un rumbo cada vez más alejado de la socialdemocracia europea y más próximo a los populismos del otro lado del Atlántico, como es evidente por la amistad del propio Zapatero con el presidente venezolano Maduro: un líder socialista muy valiente con los dictadores que llevan muertos y enterrados medio siglo, pero menos valiente con los que están vivos hoy y causan grave daño a millones de vidas de compatriotas.

Ese tipo de socialismo no ha hecho más que introducir radicalidad y demagogia en la vida democrática española, alejarse del espíritu de consenso del que nació nuestra magnífica Constitución de 1978, y dar un papel excesivo, por puro afán de poder, a minorías cuyas agendas o comportamientos están totalmente fuera del radio de voluntad y pensamiento del español medio (o de la mayoría de Cantabria, por ejemplo). Ese socialismo más radical y maquiavélico viene causando un malestar creciente entre muchos históricos del partido, como Felipe González y Alfonso Guerra, que no comparten esa deriva tan peligrosa y ya ni se molestan en disimularlo.

Aunque la coyuntura de nuestro entorno comercial y turístico sea, de momento, junto con los fondos europeos extraordinarios, un viento que sopla favorable, para el observador de la situación de España resulta patente que no se están abordando problemas muy graves que nos acabarán pasando una factura dolorosa en los próximos años, si nadie lo remedia. Los jóvenes y los mayores de 45 apenas hallan empleos estables y bien remunerados, porque no se apuesta por estímulos a la productividad ni por una política industrial y tecnológica realmente intensa. Que la formación lleva un importante desfase respecto de los acelerados cambios de la economía y del sistema de profesiones, e incluso de servicios públicos esenciales, es algo evidente para cualquier persona que tenga un mínimo contacto con el mundo de la empresa y la administración.

En vivienda, resulta que uno de los países más extensos de Europa con Francia y Polonia no facilita a los jóvenes ni a los más vulnerables el acceso a un hogar digno. Y se quiere contrarrestar ese fracaso de ya seis años con políticas represivas contra el pequeño propietario, que lo único que consiguen es restringir la oferta y elevar unos precios que ya para muchos son inalcanzables. Y la frustración ante semejantes efectos bumerán, a los que se añade el miedo a los okupas y los inquiokupas (un calvario creciente para muchas familias de ingresos medios o incluso modestos), es respondida desde el Gobierno central con amenazas indecorosas a las comunidades autónomas, que son ahora, junto con los ayuntamientos, los únicos en realizar esfuerzos realistas, pragmáticos y efectivos para ir abordando este enquistado problema. Y mientras en unas zonas no hay viviendas asequibles, en otras, en reto demográfico, lo que no hay son habitantes para las viviendas vacías de los pueblos.

Y más vacías que seguirán mientras la política del socialismo sea el descontrol de la fauna salvaje y la dificultad creciente de desarrollar actividades agrarias y ganaderas en las zonas de montaña. El viernes pasado ha quedado claro para toda Cantabria que la hiperprotección del lobo no es asunto de una ministra, sino de un presidente del Gobierno, al que los miles de animales muertos, los cuantiosos daños que debe pagar el contribuyente y el desánimo de los ganaderos le importan cero sobre cero.

Cantabria es una víctima muy especial de esa clase de política: tanto el balance del zapaterismo como el de Sánchez (un balance que suma entre los dos ya 14 años, mucho tiempo) no deja lugar a dudas. La ausencia de calendarios y compromisos serios en las grandes infraestructuras y equipamientos prometidos es patente. Las pocas cosas que se asumieron van con demoras que se miden en muchos años, no en pocos meses (baste mencionar las cercanías ferroviarias o el soterramiento de vías en Torrelavega).

Es notorio que si no tenemos hoy en marcha la inversión del tren Santander-Bilbao es porque jamás el Gobierno del PSOE lo ha defendido con energía en Bruselas, ni tampoco ha cumplido su promesa de que, en caso de faltar dinero europeo, el presupuesto lo afrontaría el Gobierno de España por sí mismo. He escrito ya muchas veces sobre la burla que supone el retraso en la Autovía Aguilar-Burgos, fundamental para Campoo y para la propia Cantabria, y que fue un impulso ya de época de José María Aznar. O sobre la inacción total para dar un tercer carril en la A-8 entre Laredo y Vizcaya, por la evidente saturación de esa conexión.

Nuestra Presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga, planteó el pasado viernes, con rigor una amplia agenda reivindicativa de Cantabria en Moncloa, pero las respuestas del Gobierno socialista siguen estando a una distancia sideral tanto de las necesidades de nuestra comunidad, como de sus propios compromisos de años anteriores en los “papelucos” del señor Ábalos. Y es muy lamentable que desde la propia Cantabria haya voces políticas que, en vez de respaldar a la Presidenta en esa agenda de inversiones para los cántabros, se regocijen en la cerrazón de Moncloa y, encima, quieran echar la culpa al que pide para Cantabria. Pero con ello dejan claro ante los ojos de todos los cántabros que solo el Partido Popular lleva hoy con energía y en exclusiva la bandera de la reivindicación regional. Lo que se consiga será por este trabajo infatigable por Cantabria, no por quienes hayan flojeado a la hora de arrimar el hombro.

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