Alberto Núñez Feijóo demostró por qué es la persona más adecuada para la Presidencia del Gobierno. Expuso ante el Congreso un extraordinario programa de pactos de estado, reformas administrativas y económicas, y planes de refuerzo de la democracia, dentro de una propuesta de concordia, encuentro entre españoles y centralidad cívica. También, por cierto, se acordó de las necesidades de los diferentes territorios de nuestra nación, como Cantabria en infraestructuras de comunicación. No hay ninguna duda de que, con un programa eficaz y conciliador como el ayer ofrecido a la cámara y a todos los españoles, nuestro país podría afrontar con plena solvencia los numerosos retos económicos y sociales que hoy tiene planteados.

Todos tenemos la impresión de que este proceso de investidura no es una ocasión más en la selección de poder ejecutivo desde el poder legislativo. Se trata de la verdadera oportunidad para consolidar los valores constitucionales y la convivencia. Por ello, el candidato presidencial Núñez Feijóo insistió en los principios éticos y la responsabilidad nacional: están por encima de cualquier apetencia personal de poder.

Si Pedro Sánchez tuvo que ser ayer espectador de la investidura, ( no fue capaz de intervenir en toda la sesión )y no candidato, fue no solo porque perdió las elecciones de julio, sino porque no fue capaz de acreditar ante el Rey, en la ronda de consultas, disponer de más apoyos de los que tenía el presidente del PP. A día de hoy sigue sin tenerlos, y su única posibilidad de lograrlo es poner el país en manos de la minoría obsesionada con el tema separatista y el desmontaje de España. Subyugar a toda España a partidos catalanes que han quedado el 23-J los cuartos y los quintos en las urnas de Cataluña, respectivamente. No hay en esto ningún ideal ni proyecto, simplemente negociar un chantaje nauseabundo para gozar cuatro años más del poder.

Feijóo está cumpliendo con su deber y compromiso. Eso molesta mucho al PSOE, que queda expuesto como una sigla de menguantes principios y cuyos horizontes se reducen a la ocupación de las instituciones a toda costa, la imposición ideológica de minorías radicales y el vituperio cuando los argumentos se desmoronan.

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